Si vas a San Francisco, ponte una flor en el pelo (y también en tu plato)
Son las 11 de la noche y el aeropuerto de San Francisco está tranquilo. Cogemos el equipaje y nos dirigimos a la salida tratando de tomar la última carrera del tren urbano hacia el centro de la ciudad pero es demasiado tarde, por lo tanto, decidimos subir en un shuttle conducido por un muchacho chino que vive en San Francisco desde hace 13 años y que nos lleva a destino pasando por las anchas y desiertas calles de la ciudad. Llegamos a casa de Kennix, a la que encontramos a través de AirB&B, donde nos alojaremos durante nuestra permanencia en SF, ahorrando bastante. La casa es acogedora y super organizada. Nos acomodamos rápidamente y también rápidamente nos dormimos. A la mañana siguiente conocemos a la joven pareja suiza que comparte con nosotros el apartamento: Mattew y Sandrine viajarán durante un año por USA, Méjico y Guatemala lidiando con la caravana que compraron hace poco. Les saludamos y salimos enseguida a comprar algo para comer, viendo el ayuno del día antes en el viaje. Cuando entramos en el supermercado nos sentimos algo desorientados y tardamos un poco en comprender qué vamos a meter en la cesta de la compra. Los estantes están llenos de muchísimos productos, de muchas variedades, contenidos en paquetes enormes, gigantes, kilos y kilos de comida, litros y litros de bebidas que desorientarían incluso al consumidor más habituado. Después de un tiempo indefinido en el supermercado “ambientándonos”, volvemos a casa y, mientras preparamos el desayuno, estudiamos el mapa de la ciudad. San Francisco es una ciudad inmensa, extendida sobre 43 colinas, poblada por 4.594.060 habitantes sólo en el área urbana, 8,6 millones en toda la Península. Nacida de una misión de franciscanos a fines del 1700, crece increíblemente durante la fiebre del oro iniciada en 1849, en pocos años de pueblo de 800 personas, San Francisco se convierte en una ciudad de 100.000 habitantes. Paseando por la ciudad reencontramos los rostros de los conquistadores europeos que habíamos dejado en España y Portugal. Una estatua de Colón domina el Pioneer Park (parque del pionero), en lo alto la Telegraph hill y al lado la Coit Tower, (ésta última, un regalo a la ciudad de parte de Lillie Hitchcock Coit que dice: “to be expended in an appropriate manner for the purpose of adding to the beauty of the city which I have always loved” – pero nosotros nos estamos tan seguros de que realmente haya añadido belleza a la ciudad) mientras en la zona del Civic Center, el Pioneers’ Monument (monumento a los pioneros) resume las etapas más importantes de la historia de la ciudad a través de los rostros de los pioneros más famosos como John Sutter, John Fremont, Sir Francis Drake, desafiados por la figura de un nativo americano sometido a los pies de un padre franciscano y un vaquero mejicano.
Desde el monumento se llega a la plaza del Civic Center justo enfrente de la City Hall (sede del Ayuntamiento). El día que la visitamos, la plaza está colorida por las esculturas del artista de Taiwan Hung Yi, en muestra contemporánea con su “Fancy Animal Carnival”, entre los que encontramos también nuestro animal: el dragón de la suerte con las zapatillas de deporte listo para viajar alrededor del mundo!
Los colores de las esculturas se mezclan con la música y los vestidos extravagantes de tres muchachas que preparan sus instrumentos musicales para tocar justo de frente al City Hall. Atraídos por la música, nos acercamos junto a otros transeúntes, cuando llegan dos novias vestidas de blanco: la sorpresa era para ellas, para desearles mucha felicidad por su matrimonio. Sonrientes por haber participado en la pequeña sorpresa, continuamos nuestro paseo por Market Street, atravesando China Town y North Beach. Nos perdemos entre linternas rojas, músicos callejeros, mapa de la ciudad olvidado 4 veces, y después entre las banderitas tricolores de la hilera de restaurantes italianos de la zona. Cansados y atraídos por un pequeño bar que nos parece anónimo, decidimos hacer una pausa en el Caffè Trieste, cerca de la plaza Saint Francis, en el cruce de algunas de las calles más importantes de S. Francisco: Upper Grant, Broadway, Columbus y Vallejo y donde en los años ’50 se encontraban los autores de la beat generation y defensores de la vida bohemia como Alan Watts, Jack Kerouac, Allen Ginsberg y Lawrence Ferlinghetti, el cual, a diferencia de los otros, aún frecuenta la zona. Parece ser que Francis Ford Coppola escribió gran parte del guión de El Padrino sentado en una de las mesas del Caffè Trieste. Un pequeño bar con una barra digna de las peores tabernas italianas de los años ’50, un encanto antiguo, decadente pero rico en carácter y color. La decoración anticuada, polvorienta, frágil, un viejo jukebox, el suelo con las lozas rotas, los feos murales de algún artista local, el aroma del café expreso y el tintineo de las tazas de capuchino nos hacen sentir un poco en casa y al mismo tiempo en otra época, la época sin tiempo de los bares que no son sólo lugares de encuentro sino también lugares del alma, modos de ser y focos culturales, bares que superan la barrera del tiempo, que resisten impertérritos a la moda de los lounge bar y que transmiten de generación en generación anécdotas, chistes, recuerdos, historia y cultura, en una palabra: identidad. Identidad italiana en concreto, North Beach es de hecho conocida como Little Italy, poblada por emigrantes italianos a partir de la segunda mitad del S.XIX, provenientes principalmente de Sicilia y Toscana, contribuyendo al desarrollo de la pesca y el comercio pesquero de la ciudad.
Desde North Beach subimos por Lombard Street para ver Crookedest street (la calle más empinada), 27% de inclinación mitigadas por 8 curvas a recorrer a una velocidad no superior a las 5 millas horarias. Volviendo a Little Italy no nos hemos podido resistir a una buena pizza en Maurizio, que nos invita a su restaurante mostrándonos sus fotos con el primer ministro Renzi. El restaurante es pequeño y lleno de banderitas en el techo, cuadros, fotos, reclamos a la madre patria por las paredes donde resuenan las notas de canciones melódicas italianas. Un FIAT 600 a modo de mesa está aparcado delante del restaurante, nos deja perplejos, pero viendo a los japoneses intentando brindar en el coche, la idea gusta en los EEUU.
Además de los pies, el metro se convierte en nuestro medio de transporte en San Francisco, más rápido y barato que el autobús y el alquiler de coches. La salida del metro que nos ha quedado en el recuerdo es la de Montgomery, la de Financial District sobre Market Street. De pie sobre la escalera mecánica que nos lleva a la superficie subimos las cabezas hacia arriba para ver la última planta del rascacielos que domina la salida. La sensación es de mareo. Es difícil no mirar enseguida al suelo, en la acera, donde dos chicos tatuados, sucios y con la ropa rasgada, “duermen” con sus mochilas vacías como almohada, en pleno centro de la ciudad, entre tacones y zapatos brillantes de los trabajadores del distrito financiero. Enseguida nos asaltan tantas preguntas en nuestro pensamiento. Seguimos. Yendo adelante la situación no cambia: gente sin techo y chicos medio desnudos que piden limosna en los semáforos, quizás bajo los efectos de alguna droga. Perplejos nos preguntamos cómo puede haber tanta gente marginada de la familia, de la comunidad, de la ciudad y de la sociedad que vive rítmicamente a la sombra del Transamerica Piramid Center. Ocupados en estas reflexiones llegamos a Height Ashbury, y nos quedamos un poco decepcionados de lo que queda de la “Summer of love” y de los hijos de las flores: una calle colorida, llena de tiendas étnicas, Cafés orientalizantes y fumadores-traficantes con perros con correas. Giramos entonces hacia Castro, pasando por Twin Peaks, que no tiene nada que ver con Lynch, donde ondean banderas de arcoíris, y también son de arcoíris los pasos de peatones que pisamos para ir a visitar el cuartel general de Harvey Milk, el primer político homosexual declarado elegido como board supervisor (una especie de consejero municipal) de la ciudad de San Francisco y por ello asesinado el 27 de noviembre de 1978 junto al alcalde Moscone. El barrio es un hervidero, los bares y restaurantes están llenos de gente, un muchacho en el cruce de una calle vende pulseras a 25 céntimos. Entramos en el QBar para un descanso, bebemos algo en la barra del bar donde parejas de jóvenes toman el aperitivo. En la TV del bar emiten Flash Gordon, una película de 1980 con Ornella Muti con traje espacial, terrible. Mientras el DJ empieza a pinchar música en el local, pensamos en ponernos de nuevo en camino.
El último día en San Francisco decidimos explorar la parte del Fisherman Wharf y del Embarcadero donde vemos las columnas auto servicio para el alquiler de bicicletas municipal: 9 dólares al día. Hecho!. Sólo se puede pagar con tarjeta de crédito. No hay problema, tenemos 3. Inserimos la primera tarjeta, la segunda y la tercera varias veces, probando diversas columnas. Nada. Entendemos que las tarjetas de crédito extranjeras no son aceptadas. El pago sólo es posible con tarjetas del circuito estadounidense. Decepcionados, no abandonamos la idea de dar una vuelta en bici hasta el puente Golden Gate y así alquilamos 2 bicis de Parkwide Bike and Ride: Por 3 horas, 2 bicis un total de 53 dólares. Pedaleamos sin pensar en el robo que acabamos de sufrir, los precios son estándar en todas las estructuras de alquiler. Venga, nos vamos. Disfrutamos del pedaleo, el día está un poco gris pero las calles están llenas de familias que hacen picnic, deportistas que corren, señores que regalan abrazos gratis, niños que se bañan contentos en las frías aguas del océano. La llegada al Golden Gate nos corta la respiración, nos sentimos colgados, como el puente, miramos la ciudad y recorremos mentalmente todas las etapas: los nativos americanos, los pioneros, la presencia española, los rascacielos, los sin techo, la apertura hacia la homosexualidad, los inmigrantes italianos y no italianos, los hijos de los hijos de las flores, la música. San Francisco nos ha regalado visiones diferentes a las que estábamos acostumbrados en estos últimos años de vida entre Italia y África. Entre Starbucks con capuchinos en vasos de plástico y Burger King con comida de plástico, en realidad San Francisco vive y hace revivir emociones fuertes, no sólo las relacionadas con la historia sino también con las vibrantes novedades que nacen en esta ciudad. En barrios como Berkeley se camina por donde antes se movilizaban las Panteras Negras, se pasa dentro del Gilman Street Project surgido en contraposición a la música punk y al excesivo uso de alcohol y drogas, creando un lugar libre para agregarse donde cada uno podía expresar libremente su pensamiento, así como el free speech movement (movimiento por la libertad de palabra) de los estudiantes de la Universidad de Berkeley, que capitaneados `por Mario Savio entre 1964 y 1967 han combatido por la libertad de expresión de los estudiantes y la libertad académica. Todo esto ha esparcido semillas por otras partes y nuevas realidades florecen, crecen, como la que hemos encontrado en Albany, la Gill Tract Community Farm y el equipo de Food First, implicados en afirmar la soberanía alimentaria, con quienes hemos almorzado en el huerto urbano de su oficina. Almuerzo en el Km 0 con contorno de ensalada de flores. San Francisco no sólo nos ha hecho poner flores en nuestro cabello sino también en nuestro estómago.