D.F. MEXICO – La gran ciudad de Ciudad de Méjico
Desde la planta 46 de la Torre Latino Americana es imposible ver los confines de Ciudad de Méjico, inmensa y situada a 2.200m de altitud. Los tejados de las casas se extienden hasta donde la vista alcanza sobre el Valle de Méjico, sobre una parte de la zona lacustre de Texcoco. De repente, San Francisco ya no nos parece tan grande. En los últimos años el área metropolitana de Ciudad de Méjico ha englobado 40 pueblos limítrofes, extendiendo el área del Distrito Federal y haciendo crecer la población urbana a 9,7 millones de habitantes y a 24,7 la de la zona metropolitana. Para una ciudad tan grande como Ciudad de Méjico, o DF (el defe) como lo llama la mayor parte, se necesita una plaza igualmente grande: el Zócalo, formalmente Plaza de la Constitución, es de hecho la tercera plaza más grande del mundo. Llegamos a primera hora de la tarde y lo primero que nos impacta es su vacío. Quizás por la hora y el calor del sol, la plaza está completamente vacía: ni un paseante, ni un vendedor ambulante, ni un niño. Todo lo contrario de las calles del centro donde ríos de personas corren en todas las direcciones, llenándolas en una normal tarde de viernes caótico y colorido. Contenemos la respiración y nos sumergimos también nosotros en el ruidoso río de gente que pasa veloz, llegando de casualidad frente al Café Tacuba. Stefano dice: “comemos aquí, sé que hay un grupo musical que se llama así”. Vamos. Un señor elegante y bigotudo nos abre la puerta de lo que parece un normal café, cuya entrada es una simple puerta de madera. Sin embargo, el Café Tacuba no es para nada un simple sitio donde comer algo, es uno de los locales históricos del DF, donde en 1922 Diego Rivera organizó el banquete de su boda con la escritora Guadalupe Marín, y donde almorzaban muy a menudo presidentes y gobernadores mejicanos. Impactados por la belleza de los frescos de las paredes, de la decoración de los techos, de la belleza del ambiente, tomamos sitio y saboreamos enchiladas (tortillas de maíz rellenas de queso y cubiertas de salsa de tomate) mientras un grupo de mariachis comienza a tocar. Contentos por la inesperada sorpresa de haber ido a parar a un sitio tan rico de historia, salimos satisfechos y con el mapa en mano intentamos buscar una dirección. ¿Dónde ir? Es difícil elegir entre las innumerables cosas que hacer y ver. Decidimos empezar por Frida Kahlo, Diego Rivera y el Museo Arqueológico.
La cola de personas en la entrada de la Casa Azul nos asusta un poco. Indecisos sobre si esperar o no, decidimos esperar, comiendo una especie de patatas fritas con salsa picante para engañar la espera. Una hora después estamos dentro, encantados delante de las pinturas de la Kahlo y viendo la casa donde ha vivido, pintado y creado la mayor parte de su vida. Después de su muerte, ocurrida en 1954 a sólo 47 años, parece que el marido Diego Rivera puso bajo llave todas las obras de su mujer pidiendo que las dejaran cerradas al menos 14 años. La casa expresa en cada rincón la vida y el arte, no sólo a través de las obras, sino también en el mobiliario, la posición de las paletas y pinceles, la cocina donde sólo se preparaban platos prehispánicos y los vestidos. Las obras que más nos llaman la atención son “el Marxismo curará a los enfermos”, “Naturaleza muerta”, la obsesión de Frida por la maternidad, la relación con su cuerpo, la colección de mariposas regalo de Isamu Noguchi, las imágenes de Trotsky (amigo de la pareja asesinado precisamente en Méjico en 1940), Marx, Lenin y Stalin. Finalmente sus vestidos, también obras de arte, los bustos decorados, la prótesis, las faldas, las joyas, los vestidos largos y coloridísimos, expresión de su creatividad que transforman en puntos de fuerza sus debilidades, pero también como intento de esconder lo que fundamentalmente es difícil de aceptar. Un esbozo de la propia Kahlo, la representa vestida con tejidos transparentes que dejan entrever la prótesis y el busto para la espalda. El título: “La apariencia engaña”. La Casa Azul se encuentra en el barrio de Coyoacan, ciudad colonial englobada por los tentáculos siempre en expansión del DF. Muy colorida y llena de vida de una tarde domingo nos invita a explorarla y a probar esquites (maíz caliente con mayonesa, queso y guindilla) y galletas de maíz caliente vendidas en multitud de puestos callejeros. Y también vestidos, bisutería, camisetas, algodón de azúcar, globos.. por toda la plaza San Juan. Muchas familias, parejitas y niños disfrutan del aire de la tarde. La atmósfera nos encanta y nos apetece tomar algo de cena allí, entre la música torpe de “All you need is love” tocada por la melódica de un joven voluntarioso y niños que venden mazapán. En los días siguientes continuamos nuestra exploración de la ciudad siguiendo un poco el filón artístico. Las pocas obras de Rivera hospedadas en la Casa Azul no nos habían impactado demasiado. Cambiamos inmediatamente de idea delante de sus murales expuestos en el Palacio Nacional. Descubrimos el movimiento de los muralistas, desarrollado en Méjico a partir de los años ’20 del pasado siglo bajo la estela de la revolución de 1910. Para los muralistas, el arte era político y rechazaban el concepto de arte como actividad de producción de obras bajo comisión de ricos privados, sino como actividad artística dirigida al bien de toda la sociedad, y en particular de las clases oprimidas. Por ello llenaban de frescos los palacios públicos, para que todos pudieran beneficiarse del arte, de sus mensajes y sus contenidos formativos. Precisamente por haber pintado los muros del Palacio Nacional, Diego Rivera tuvo que auto expulsarse del Partido Comunista Mejicano, del que era secretario nacional. A través de los murales recorremos las diversas etapas de la historia mejicana: de las civilizaciones precolombinas, a la llegada de Hernán Cortés, de la primera constitución de los Estados Unidos de Méjico de 1924 a la revolución de Emiliano Zapata y Pancho Villa. Unido a la colonización, al papel de la Iglesia en la conversión de los indígenas, a la fe en el marxismo y el comunismo. Por supuesto no podía faltar una representación de Frida que tiene en la mano una copia abierta de “El capital”, junto a su hermana Cristina, con quien Rivera tuvo una relación.
La lección de historia continúa para nosotros en el Museo Arqueológico, que situado en el Bosque de Chapultepec es uno de los museos más grandes del mundo. Con sus 44.000 m2 de cubierta, aloja la mayor colección del mundo de arte precolombina. A cada cultura está dedicada una sala que sola vale como un museo. Una caja china donde se recogen los tesoros de las poblaciones Maya, Azteca, Olmeca, Teotihuacana, Tolteca, Zapoteca yMixteca. La sala Mixteca ha capturado nuestra atención y nos quedamos como hipnotizados, como muchos otros, de frente a la Piedra del Sol, representación azteca del cosmos dominado al centro por la figura del dios del sol. Nuestra visita al DF se cierra con el descubrimiento de la comunidad de Nexquipayac, en el municipio de Atenco, a pocos kilómetros de la ciudad, tristemente conocida por los sanguinarios episodios de mayo de 2006 (artículo sobre “la investigación y los movimientos”). Gracias a los amigos del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra (FPDT) de Nexquipayac paseamos por lo que era un pueblo azteca que se asomaba al lago Texcoco, donde se pueden encontrar vasijas de la época, inscripciones e incisiones y donde la huella del antiguo acueducto aun es visible. Escuchamos las palabras de Sergio, Felipe, Filemón, Luis, Rosario, Jimena, Andrea y Silvia. Sus testimonios, la historia de los lugares y del movimiento en el cual la tierra y las tradiciones son los protagonistas, donde la historia de uno se convierte en la historia de todos. A día de hoy, el FPDT ha sostenido muchas batallas y sigue desafiando al poder que quiere construir el nuevo aeropuerto justo donde la comunidad cultiva y trata de difundir y defender el valor y la riqueza arqueológica de la zona de Atenco. El Aeropuerto Internacional de Ciudad de Méjico “Benito Juárez” ya no basta para acoger a los millones de turistas que llegan a Méjico cada año y el gobierno proyecta la expansión de las estructuras receptivas y de seguridad con el objetivo de llegar a una capacidad de 32 millones de personas.
La gran ciudad de Ciudad de Méjico necesita, por lo tanto , un gran aeropuerto. Desgraciadamente intereses políticos y especulaciones inmobiliarias prevalecen sobre los valores que podrían verdaderamente hacer más grande la ciudad y el país. Hay quien no se rinde y no va a permitir que se cubra de cemento su historia, su cultura y su vida y sigue luchando para defender los valores en los que cree. Personas que no tienen miedo de desafiar al gigante DF porque son grandes como la tierra que los anima.