GUATEMALA – Un Pais, Tres Mujeres
Después de 3 cambios de minibús, un largo camino por las tortuosas y verdísimas carreteras que de Méjico nos han llevado a Guatemala, llegamos a Panajachel donde nos montamos en una pequeña barca a motor para alcanzar el pueblecito de San Pedro sobre el lago Atitlán. Está oscureciendo y la lluvia cae fuerte. La barquita quizás tiene demasiados pasajeros, por lo que nos apretamos para dejar sitio a todos ya que es el último viaje del día. En la oscuridad de la noche, todos mojados llegamos a San Pedro, cargamos en la espalda nuestras mochilas igualmente empapadas por la lluvia y nos dirigimos al hostal Nahual Maya, para descansar después del largo viaje. Al despertar nos damos cuenta por fin de la belleza del lago, de los 3 volcanes que lo rodean (Atitlán, San Pedro, Toliman) y de los pueblecitos que lo enmarcan. Francisco, de la cooperativa Asoantur, durante nuestra caminata hasta la cima, el Rostro Maya, nos habla del carácter sagrado que el lago y las montañas tienen para sus habitantes. Nos cuenta que hace mucho tiempo, una niña fue enviada por su madre a llevarle tortillas a su padre que estaba trabajando en el bosque cerca del lago. Durante el trayecto, la niña fue tragada por la montaña donde descubrió un mundo bellísimo, lleno de alegría, amor y felicidad entre las personas. Los padres, muy preocupados, mandaron a la policía a buscarla, pero cuando la encontraron la niña les dijo que quería quedarse en el vientre de la montaña, porque allí era feliz y había encontrado su sitio entre la gente de la montaña. Desde entonces se cree que poblaciones antiguas viven en la montaña y por eso hay que avanzar con paso amable cuando se camina por los montes, para no molestar a la tierra y a quien la habita. Mientras atravesamos verdes campos de maíz, de café, las altas plantas de aguacate y saludamos a los campesinos ocupados limpiando las plantas de hierbajos, descubrimos gracias a Francisco que el lago Atitlán cambia su profundidad cada 50 años, subiendo y bajando en modo alterno de modo que muchas casas construidas en la orilla del lago se inundan y desaparecen en el agua. Hotel y restaurantes quedan sumergidos bajo el agua 50 años para después aflorar a la superficie 50 años después. Quien compra son generalmente personas que vienen del extranjero para invertir en Guatemala, que no conocen el fenómeno del agua debido a una fractura en el lecho del lago ocurrida a raíz del terremoto de 4 febrero 1976, de magnitud 7,5 (que mató a unas 26.000 personas). La vista desde los 2.200m del Rostro Maya es magnífica, entre las nubes divisamos el espejo del lago (a 1.560m s.l.m.) donde se reflejan los verdes volcanes. A lo largo del camino por el espeso bosque para alcanzar la cima hemos encontrado varios muchachos y hombres que cada día suben y bajan del Rostro para ir a trabajar a los pueblos que rodean el lago. La lluvia nos pilla nuevamente y por tanto decidimos con Francisco subir a un camioncito cubierto con una tela de plástico y nos sentamos entre las mujeres, muchachos, sacos de patatas y utensilios agrícolas y con ellos bajamos la vertiente de la montaña pasando por San Juan y Santa Clara y llegando por fin a San Pedro. Ya no llueve. Nos despedimos de Francisco y decidimos dar un pequeño paseo por el lago. Un cartel verde, con las palabras Lake Atitlan – Women Weavers Cooperative, nos llama la atención y decidimos entrar a curiosear en la tiendecita y así conocemos a Anita que nos acoge enseguida con una sonrisa y orgullosa comienza a contarnos la historia de la cooperativa y la suya propia. Anita nace hace 27 años en San Pedro, donde crece junto a sus 4 hermanos y hermanas. Por desgracia la madre de Anita enferma y durante años el padre trata de curarla, invirtiendo todos sus recursos, buscando respuestas incluso en Ciudad de Guatemala. Después de 3 años, la madre recupera la salud, pero permanece en silla de ruedas. Ya desde pequeña Anita ha demostrado su gran fuerza e iniciativa ayudando a la familia a ganar algún quetzal más al día: apostaba con su madre que si le daba 2 quetzales ella traería a casa al menos 10. De hecho, con 1 quetzal compraba una piña de bananas que revendía a los turistas y así ganaba la apuesta con su madre: 10 quetzales invirtiendo 1. Así Anita entra en contacto con muchas personas y su espíritu positivo y luminoso la lleva a estudiar en la capital como secretaria, concluyendo los estudios.
Mientras tanto Anita conoce a quien por algunos años será su marido. De su unión nace un niño, que juega en la tienda mientras nosotros escuchamos la historia de su madre y nos cuenta que su marido no la respetaba y no la valoraba por ser mujer. Anita no ha aguantado y decidió dejarlo. Con los años cultivó su sueño: convertirse en guía turística: ha mejorado su español, ha aprendido inglés y se ha ganado la confianza de quien le ha dado la posibilidad de trabajar. Aunque su sueño se ha cumplido, ha decidido combatir una pequeña batalla por las mujeres de San Pedro. Nos explica como la idea de la cooperativa se le ocurrió a su madre, a su hermana y a algunas mujeres del pueblo. Crear una cooperativa de tejedoras que trabajan utilizando sólo materiales naturales y técnicas antiguas, para no olvidar las propias tradiciones y valorar y respetar la relación con la madre tierra. Anita nos muestra todo el proceso: desde cómo se obtiene el hilo de una bola de algodón, a como se refuerza, de cómo se colora usando la menta para el verde, la cochinilla para el rojo.., a como se fija el color, de cómo se prepara el telar hasta la propia textura. Un proceso largo y paciente: para una bufanda se emplea alrededor de una semana. Ella ha decidido de hacerse portavoz ya que es la única de las 12 mujeres que componen la cooperativa que sabe hablar español. La cooperativa ha buscado apoyo en las autoridades locales que no se han mostrado disponibles para apoyar el proyecto de la cooperativa. Anita y las otras mujeres no se han rendido: Anita, de hecho, ha pedido empezar a vender los productos de la cooperativa en la agencia en la que trabaja como guía. Así, poco a poco, han encontrado apoyo y han abierto la pequeña tienda del lago. De 5 mujeres que fundaron la cooperativa, ahora son 12 y otras mujeres quieren entrar a formar parte. –Es duro, nos dice Anita– las personas ya están acostumbradas a tejidos y productos industriales que compran a precios muy bajos y no entienden el trabajo que nosotras hacemos, a mano, durante horas cada día, utilizando sólo productos naturales, que dan productos que duran en el tiempo, observando la tradición y transmitiéndola para que no se pierda. Nos hemos quedado con la boca abierta simplemente observando como de una bola de algodón pueda salir un hilo fuerte y resistente usando sólo los dedos y un poco de saliva. Nos ha impactado la determinación de Anita y las mujeres de la cooperativa que no se rindieron ante los no y decidieron igualmente dar inicio a su proyecto, que poco a poco, está dando los primeros frutos y las primeras satisfacciones. Debemos hacer entender la importancia de lo que estamos haciendo, antes que nada a nuestra gente que se está acostumbrando a olvidar nuestras raíces y tradiciones, así como el respeto de la naturaleza y el uso precioso de sus elementos – El camino es largo aun pero a Anita esto no le preocupa. Su energía nos contagia y no paramos de darle las gracias por todas las cosas que nos ha enseñado en una tarde. Mil ideas y tantas ganas de realizarlas. Su historia nos llega muy dentro, tanto que cuando conocemos a Andrea ambos pensamos en Anita. Andrea es una niña de 12 años que se acercó a nosotros mientras descansábamos en la mesa de un bar de Antigua. Cargada de bufandas y pulseras se acerca a nosotros con ojos avispados y sonrisa contagiosa. Se para a hablar con nosotros. Originaria de Santa Catarina, siempre en el lago Atitlán, vive en Antigua con su tía para ayudarla a vender las bufandas que ella confecciona y las pulseras que ella misma prepara.
Dice que en un día consigue ganar hasta 150 quetzales ( unos 18 euros) y que cuando vuelve a casa con las manos vacías son problemas para ella. Andrea es muy despierta y habla muy bien español, nos hace reír! Al final compramos una bufanda azul para Stefano y Andrea elige un brazalete para mí y después me regala otro. Charlamos otro poco hasta que se despide para seguir su camino. Tanto Andrea como Anita han hecho brecha en nuestros corazones. Andrea nos ha hecho pensar en Anita cuando era pequeña. La historia de Anita la hemos reencontrado en las palabras de Feliciana, miembro de la junta directiva nacional de CONAVIGUA que hemos conocido en Ciudad de Guatemala. CONAVIGUA nace en 1988 y es el Coordinamiento Nacional de las Viudas de Guatemala nacido a raíz de la guerra civil que ha presenciado el genocidio de 200.000 indígenas, por voluntad de las viudas de la guerra. CONAVIGUA trabaja para la recuperación de la memoria histórica y la búsqueda de la justicia y dignidad sobre todo en Quiche, Chimaltenango y Verapaces. Trabaja para el respeto de las comunidades indígenas, del ambiente, la preservación de los recursos, el mejoramiento de las condiciones femeninas, el respeto de los derechos humanos. Desde 1988 el largo camino hacia la afirmación de los derechos de las comunidades rurales e indígenas todavía prosigue. Las consecuencias de la guerra civil aún están latentes y nuevas amenazas se ciernen sobre el territorio y sobre las comunidades. Feliciana tiene una hermana desaparecida. Busca respuestas y justicia para ella y todas las demás madres, abuelas, hermanas.
Un viaje a través de Guatemala en el que las mujeres que hemos encontrado nos han permitido descubrir algo más sobre este país del que siempre se habla poco. Un país y muchos descubrimientos nuevos, entre la defensa de la tradición, la preservación de la propia cultura y del ambiente en que se vive, la búsqueda de la justicia y el respeto de los derechos humanos.