La revolución cubana, la verde
No, no nos referimos a la revolución de los años ’50 conducida por los jóvenes barbudos Fidel Castro, Ernesto “Che” Guevara y Camilo Cienfuegos, sobre ella ya han escrito, mejor de lo que podríamos hacer nosotros, decenas y decenas de autores. La revolución de la que estamos hablando es más reciente, menos conocida en el extranjero y absolutamente no-violenta, es una revolución verde, ecológica, más bien, si queremos ser exactos: agroecológica. Una revolución gradual, lenta, fatigosa pero extraordinaria por su alcance, el número de personas implicadas y los positivos efectos sobre el sistema agroalimentario de la isla cubana.
Para entender esta revolución silenciosa ocurrida en la isla caribeña en los últimos veinte años hay que dar un paso atrás, a los años ’60, años en los que la revolución política y social estaba tomando forma y se estaba transformando en la más importante, famosa y duradera revolución socialista de la segunda mitad del siglo veinte.
El gobierno guiado por Fidel Castro hereda una situación agraria dominada por el latifundio en la que el 73% de la tierra pertenecía al 9% de la población y alrededor de un cuarto de la superficie de la isla estaba en manos del gran capital extranjero, sobre todo estadounidense. La fértil tierra cubana era destinada principalmente al monocultivo de la caña de azúcar, de tabaco y ganado para exportación. Hasta 1958, este tipo de producción agrícola controlada por oligarcas cubanos y empresas extranjeras, daba como resultado que más de un cubano sobre 3 estuviese desempleado o malempleado (en 1958) por no hablar de la masiva deforestación necesaria para destinar cada vez más tierras a estos productos de exportación.
El 17 de marzo de 1959, a sólo 3 meses de la toma del poder, el nuevo régimen cubano aprueba la primera reforma agraria reduciendo la máxima dimensión de las parcelas a 67 hectáreas, estatalizando la mayor parte de la tierra y redistribuyendo a cooperativas y familias rurales más de 1,2 millones de hectáreas, impulsando la diversificación de los cultivos, invirtiendo enormes sumas de dinero para permitir a los campesinos producir y prestando asistencia técnica para favorecer el proceso de transformación agraria. En 2 años la producción de maíz, judías y patatas (esenciales para la alimentación cubana) creció una media del 25% mientras la de tomates se duplicó, la de huevos creció 6 veces y la de pollos 4. En 1975 el área dedicado a la producción de alimentos para los cubanos era el doble respecto a 1958, el de arroz 4,6 veces mayor y el dedicado a los cítricos 9 veces mayor. En los años ’70 y ’80 también Cuba, como casi todos los otros países (tanto capitalistas como socialistas) experimentó la terrible ilusión de la Revolución Verde (Green Revolution) basada fundamentalmente en la mecanización de la agricultura, irrigación a gran escala, reintroducción del monocultivo pero sobre todo el amplio uso de fertilizantes y pesticidas químicos producidos en el extranjero pero proporcionados a precio de saldo por los estados del bloque socialista y en particular por la Unión Soviética. Como ya se ha establecido a nivel mundial, este tipo de agricultura llevó a un crecimiento inicial de la producción agrícola (a un coste económico muy elevado) para después declinar hacia un lento deterioro en la calidad y cantidad de los productos agrícolas, del suelo y del ambiente en general con pesadas consecuencias en la salud de los trabajadores agrícolas y de los consumidores.
En 1989 cae el muro de Berlín, inicia el desmoronamiento del bloque socialista y la disolución de la Unión Soviética. Los primeros años noventa fueron años difíciles en Cuba, desde hacía 30 años su economía estaba fundada en el mutuo soporte y el intercambio con otros países socialistas que en el curso de pocos meses ya no pueden comprar productos cubanos y tampoco vender a Cuba sus productos. Las importaciones de petróleo caen un 50%, las de fertilizantes y pesticidas más del 80% por no mencionar la imposibilidad de importar alimento a causa de la falta de moneda extranjera. Cae la ilusión de la Revolución Verde pero peligra la entera agricultura cubana y probablemente también la revolución cubana, el régimen está en riesgo. La situación en la isla no es fácil, como nos dice también Fernando Funes Monzote, entrevistado por nosotros en su finca, a las afueras de La Habana: “Los cubanos estaban incluso perdiendo masa corporal”, por primera vez en la Cuba de Fidel la comida escasea, el régimen socialista había permitido a millones de personas acceder a una adecuada alimentación (hasta 1959 la carne era un lujo reservado principalmente a los ricos habitantes de las ciudades) y ahora, a causa de un sistema agroalimentario muy dependiente del extranjero (Cuba importaba en los primeros años ’90 el 57% de las necesidades calóricas nacionales), estas conquistas estaban en riesgo.
Una vez más, los campesinos salvaron la revolución, esa revolución bañada con su sangre rebelde y valerosa de quien no tiene nada que perder. Teniendo que aumentar la producción de alimento sin poder contar con la ayuda externa, el Estado aprueba algunas medidas especiales, formuladas gracias a académicos e investigadores científicos cubanos, para favorecer la producción agrícola soberana: descentralización de la producción, más tierras a los campesinos, mayor flexibilidad de mercado, incentivos de precio a la producción, reorganización de las cooperativas y mayores recursos para la investigación e innovación. La espina dorsal de esta nueva revolución es la Asociación Nacional de los Pequeños Agricultores (ANAP), la cual, en línea con el programa del gobierno se empeña en aumentar la producción agrícola a través de : uso de la tracción animal en lugar de tractores, aumentar el uso de energía renovable (biogás, viento etc..) para disminuir el consumo de carburantes, uso de métodos biológicos para fertilizar los terrenos y controlar los parásitos, reforestación de áreas no cultivadas, mejorar la eficacia de las cooperativas e impulsar la innovación de los métodos agrícolas. Esta primera fase que dura hasta 1997 viene definida como “sustitución de los inputs o entradas” en cuanto que el objetivo principal, en la emergencia era asegurar comida para todos los cubanos sin ayudas externas. Desde 1997 y la introducción de la metodología “campesino a campesino” la agricultura cubana tomará un cariz más decidido hacia la agroecología. La metodología “campesino a campesino” introducida por ANAP lleva a una visión diferente de la agricultura y del campesino, hasta ahora visto como objeto de soporte técnico vertical por parte de expertos agrónomos, con esta nueva metodología el campesino se convierte en protagonista y sujeto activo compartiendo con expertos y otros campesinos sus propios conocimientos, dudas, problemas, innovaciones y soluciones en manera horizontal, participativa y paritaria. Este método es un método para pruebas y errores que se desarrollan sobre el campo, partiendo de pequeñas tentativas, buscando resultados fácilmente conseguibles, con cambios graduales pero constantes. Las ventajas de este método son múltiples, es un método práctico que nace en el campo con los análisis de los problemas y de los recursos locales, es un método que lleva a los campesinos a compartir técnicas, semillas e innovaciones de modo espontáneo y natural a través de encuentros, visitas de intercambio, demostraciones, ferias agrícolas pero también poesías, canciones, bosquejos teatrales y otros soportes audiovisuales, en el fondo, como dicen los miembros de ANAP, para los campesinos: “Ver y creer”. Esta metodología permite al conocimiento circular y regenerarse en modo infinitamente mayor de cuanto fuese posible con el método clásico de la extensión agrícola. Gracias a ANAP y al método campesino a campesino, los métodos agroecológicos se difunden en pocos años a más de 110.000 familias cubanas (alrededor de 1 de 3) integrando el conocimiento local y tradicional. Los resultados de esta revolución son evidentes ya que la producción agroalimentaria ha vuelto a crecer y ha superado los niveles más altos de la Revolución Verde: 3 veces más judías, 1,5 veces más tubérculos, un 83% más de verduras. Hoy Cuba es una isla con una altísima tasa de soberanía alimentaria que consigue responder a las necesidades de la propia población en gran parte con métodos orgánicos, sin semillas genéticamente modificadas y sostenibles. Además, estudios científicos llevados a cabo a raíz del paso del terrible huracán Sandy, han demostrado como los cultivos basados en métodos agroecológicos han experimentado menos daños y se haya vuelto a los niveles de producción precedentes al huracán en tiempos mucho más rápidos que en los de agricultura agroquímica convencional. Cuba y su revolución campesina, porque está hecha por campesinos para campesinos, verde y agroecológica debería ser redescubierta superando las barreras mentales ideológicas que no nos permiten mirar esta isla de modo neutral. Guste o no, los resultados obtenidos por los campesinos cubanos con el soporte de las instituciones estatales ha conseguido niveles de soberanía alimentaria respetuosa con el ambiente que pocos países en el mundo, y seguramente ninguno en Europa ha conseguido hasta ahora, basta controlar cuanto alimento que compramos cotidianamente ha sido efectivamente producido en Europa y con métodos orgánicos.