Cochabamba: no al agua privada, sí a la vida
Esta es la historia de una guerra, una guerra entre un pueblo y una élite político-económica, una guerra entre quien considera el agua un bien común y natural y quien la considera un bien privado comerciable. Esta es la historia de la guerra del agua de Cochabamba, en Bolivia, ocurrida entre noviembre de 1999 y abril de 2000, contada por quien la ha vivido en primera persona: Oscar Olivera, portavoz de la Coordinadora de Defensa del agua y de la vida, una red de movimientos ciudadanos protagonista de la victoriosa lucha contra la privatización del agua de Cochabamba.
Todo inicia con las reformas neo-liberales del ajuste estructural de los años ’80. En Bolivia, como en muchas otras partes del mundo, bajo la guía del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, inicia un proceso de privatización de los recursos naturales y de los servicios, hasta entonces públicos. La mayor parte de los contratos vienen adjudicados a grandes empresas transnacionales controladas por capital extranjero.
En 1999 se aprueba la privatización del agua de Cochabamba, el consorcio ganador del contrato es el consorcio Aguas del Tunari (nombre de un rio que pasa por la zona) formado principalmente por las empresas transnacionales Edison (italiana), Abengoa (española) y Bechtel (USA). El contrato incluso consideraba ilegal recoger el agua de lluvia sin la autorización del consorcio.
Los primeros en movilizarse contra la privatización son los indígenas migrantes, que de las zonas rurales se habían transferido a la ciudad, y los comités ciudadanos por el agua de las zonas aun no abastecidas por el acueducto. Para estas miles de personas la privatización del agua era un concepto ajeno y en un tiempo breve habían desarrollado su propio sistema-agua basado en costumbres campesinas y prácticas indígenas ancestrales profundamente radicadas en la cultura y visión del cosmos. Para los indígenas andinos, principalmente quechuas y aymaras, el agua es un bien colectivo y el hombre parte de un todo que sin agua no puede funcionar.
Como dice Oscar Olivera: “La privatización es un atentado hacia una forma de convivencia social que se había creado en torno al agua”, una intervención inútil y dañosa en un sector gestionado por la gente y para la gente para introducir un servicio no necesario controlado por una empresa extranjera. La lucha por el agua implicó a todas las capas de la población tanto urbana como rural, las tarifas del agua aumentaron de tal modo que las familias debían decidir si pagaban el agua o comían: el agua suponía alrededor del 20% del balance familiar, contradiciendo las propias normas de la Organización Mundial de la Salud que recomiendan no superar la barrera del 2%.
La guerra del agua representa un momento de ruptura muy fuerte. Ruptura hacia la política de expoliación del país, ruptura política hacia un modelo antidemocrático en el que unos pocos, ricos y potentes, deciden el futuro sin consultar a la gente. La guerra del agua es “una guerra para decidir el futuro del agua como elemento fundamental para la reproducción de la vida”, según la definición de Oscar, quien continua. “Como trabajador del calzado, veía producir 10.000 zapatos al día. Para el ciclo productivo de cada par de zapatos se necesitan alrededor de 8.000 litros de agua, desde la cría del ganado al producto acabado. Mientras que, fuera de los muros de la fábrica, la gente no tenia agua para vivir, dentro, había suficiente para vender zapatos. Esto cambió mi vida, mi modo de ver las cosas”.
A partir de noviembre de 1999 Cochabamba presencia una movilización popular en continuo crecimiento, que culminará en febrero de 2000 con la ocupación de la plaza principal de Cochabamba. Se utilizan instrumentos de protesta no-violentos como quemar las facturas del agua, acción que, sin embargo, el gobierno consideró criminal porque preveía la destrucción de documentos oficiales. Pero en ese momento, nos cuenta Oscar: “La gente perdió el miedo y miles de personas quemaron sus facturas en una única hoguera en la plaza de Cochabamba”.
El 26 de marzo se produce un referéndum popular autoconvocado y el 4 de abril la Coordinadora del agua lanza la movilización final de la guerra del agua: ocupar la ciudad. Entre el 4 y el 11 de abril la ciudad cae en el caos con los manifestantes que se defendían de la policía con piedras, palos, bombas artesanales de guindilla y molotov. El 7 de abril la policía recibe la orden de encontrar y disparar al líder de la Coordinadora. Se producen registros en las casas de los activistas y en casa de Oscar, en su ausencia, suceden unos disparos que dejarán huellas profundas en la vida de la madre, quien, sin embargo, le incita a seguir y no abandonar. El gobierno recurre a todo lo posible para debilitar la protesta popular y apagar la revuelta: transporta refuerzos de otras regiones del país, declara el estado de asedio, utiliza perros para agredir a los manifestantes, se despliegan francotiradores de uniforme y también de paisano, el gobierno corta las líneas telefónicas, la radio, la TV y la electricidad desencadenando una guerra psicológica para crear pánico y desconfianza entre la gente.
En esos días terribles la ciudad se autogestiona: el gobernador regional dimite, el alcalde huye y al final, la policía, perdidos los referentes políticos, tiene que pedir permiso a la gente para salir a la calle, y como dice Oscar: “Cuando a los poderosos les entra el pánico el pueblo ha ganado”.
Se ha ganado la guerra, el pueblo controla la ciudad durante algunos días, incluso los medios de comunicación, el mismo Oscar Olivera admite que la lucha fue más allá de los objetivos originales, que eran principalmente devolver el agua en mano pública y revisar la ley nacional del agua. Es la victoria de un pueblo sin líder que habla a través de 5 portavoces revocables en cualquier momento que a rotación se toman la responsabilidad de hablar en nombre del pueblo en base a las deliberaciones de la asamblea popular convocada de modo permanente.
Como cada guerra también ésta acarreará consecuencias dramáticas: 30 heridos permanentes que perdieron ojos, algunos el uso de las piernas y otros daños permanentes, 5 muertos, uno en Cochabamba, el joven de 17 años Hugo Víctor Daza, y 4 en la ciudad de El Alto, cerca de La Paz en una manifestación que reclamaba los mismos puntos del movimiento de Cochabamba y amenazaba con incendiar la ciudad más grande del país. 30 activistas fueron detenidos, golpeados y deportados al norte del país.
Oscar, 15 años después, no esconde una cierta desilusión a pesar de la victoria: “El pueblo ha expulsado a las multinacionales, ha derrotado a la Bechtel. La empresa del agua se ha municipalizado de nuevo pero la gente no quería exactamente esto, la gente quería continuar y decidir y gestionar el agua. No hemos podido transformar la compañía municipal de gestión del agua en un ente autogestionado por la comunidad de Cochabamba”. La Coordinadora con el tiempo pierde fuerza y unidad, muchos componentes son captados por el gobierno de Evo Morales y este movimiento social autónomo se debilita. Lo que está sucediendo en la Bolivia de 2015 es una “privatización del agua partiendo del Estado” como la describe Oscar, que dice: “El Estado tiende a expropiar la gestión comunitaria del agua y de la vida y ponerla bajo su control, lo que la Bechtel quería hacer en 2000 ahora Morales quiere hacerlo a través del Estado. El objetivo es destruir el poder popular de los comités y de las cooperativas que se encuentran y se hablan y transformar todos en usuarios que pagan la factura del agua y basta”.
A pesar de esto, mirando hacia atrás, Oscar no puede esconder el orgullo por el trabajo de la Coordinadora, una red de movimientos articulada por su sindicato obrero que, superando las barreras del sindicalismo obsoleto, han creado un movimiento potentísimo para defender a los ciudadanos de Cochabamba incluyendo y dando voz a los excluidos: niños, niñas, jóvenes, desempleados y también prostitutas. Durante algunos años la Coordinadora desempeñó un papel nacional porque “la palabra coordinadora para la gente significaba fuerza, historia, legitimidad mientras que para los poderosos significaba terror y pánico y por ello era llamada para resolver problemas que el Estado no había escuchado ni resuelto acompañando y poniendo su propio peso moral a favor de causas desoídas”.
Una red social que creía que el cambio sólo podía llegar a través de la acción de los ciudadanos y no gracias a la guía de los líderes. Oscar sostiene que “el enemigo principal de la gente no es el capitalismo sino el miedo a afrontar una situación y considerar al enemigo invencible. El miedo se pierde recuperando los valores que el capitalismo nos quiere imponer: el individualismo, la apatía, la resignación, pero por suerte podemos eliminarlos a través de una acción colectiva. Para los poderosos no existimos hasta que no nos movemos, no nos movilicemos, por lo tanto, para no resignarnos, para no ser votantes obligados y resignados la única solución es movilizarnos. El poder de cambiar las cosas no está arriba dentro de las instituciones sino que está fuera y abajo, en las manos y el corazón de la gente. La gente a través de esta lucha se reencuentra, se reconoce, recupera la capacidad de convivencia, la confianza reciproca, esto hace perder el miedo, el miedo llega cuando nos sentimos solos”. Para rebatir el concepto Oscar cita a un campesino boliviano que le dijo: “Las luchas de la gente no pueden ser luchas tristes, oscuras, las luchas del pueblo deben ser alegres, creativas, porque si tú estás luchando por un mundo con alegría también la lucha debe ser alegre”. Para concluir nuestro encuentro preguntamos a Oscar Olivera qué mensaje quiere compartir con otros pueblos implicados en la defensa del agua como bien común. “Cuando un pueblo se organiza, se une, se moviliza, es un pueblo que no será derrotado. Esta unidad, esta organización, esta movilización debe partir de la participación plena, de un proceso de generosidad y de compartir experiencias de diversos sectores, del respeto y la transparencia para poder cambiar las condiciones de vida y de trabajo de la gente”. Un mensaje de esperanza de un hombre sencillo pero extraordinario y coherente que ha vivido personalmente momentos difíciles y grandes victorias y que sigue sentándose cada día al lado de quien no tiene voz para escucharlo y ponerse en camino juntos, con alegría y creyendo firmemente que “el pueblo unido jamás será vencido”.
Videoa para profundizar