Oda a los Andes

Oda a los Andes

Los Andes, más que un lugar geográfico son un viaje sensorial  indeleble en la memoria de cualquier viajero que los haya recorrido, aunque sea sólo unos días. Nuestro primer encuentro es visual. El avión de Copa Airlines que nos está llevando de Cuba a Ecuador cruza veloz el cielo de finales de junio. Hay alguna nube pero conseguimos admirar en el horizonte, majestuosos y nevados, los Andes. Quito es una larga serpiente que ocupa un estrecho y largo valle andino rodeada de los poderosos volcanes PichinchaCotopaxi Cayambe. El 27 de junio, por el cumpleaños de Daniela, subimos a 4.100 metros para admirar la ciudad desde lo alto: hace frío y vamos con retraso pero conseguimos, de todos modos, maravillarnos con la primera puesta de sol andina. Nuestro entero viaje por América Latina está caracterizado por los Andes, donde, entre junio y agosto, hace frío, un frío seco y punzante que nos hará acurrucarnos en la pequeña tienda durante las dos primeras noches del trekking Salkantay, en Perú. Un sendero de más de 70km en 5 días para llegar a pie hasta el fascinante y misterioso Machu Pichu, que conserva su magia a pesar de los miles de visitantes que recorren las estrechas calles de la ciudadela cada día. Durante estos 5 días intensos y fatigosos hemos oído el rugido de los Andes, producido por los poderosos glaciales: enormes masas blancas, aparentemente inmóviles, pero que están en continuo movimiento y derritiéndose con los rayos del sol, dando vida a gélidos laguitos en cuyas aguas nos sumergimos por algunos minutos experimentando sensaciones únicas. La piel se vuelve insensible, la respiración se bloquea y de repente se tiene la sensación de ahogo y de no sentir las piernas. Intentando nadar vemos que las piernas, sin embargo, funcionan y vuelve la respiración. Por suerte, las entrañas de los Andes esconden un calor insospechable y nos ofrecen oportunidades naturales para calentarnos y relajarnos. De hecho, en muchos puntos, estas estupendas compañeras de viaje ofrecen gratuitamente aguas termales donde bañarse y limpiarse el polvo del viaje. En Baños, Ecuador, por menos de un euro hemos disfrutado de 5 piscinas diferentes, cada una con su temperatura específica, desde la gélida del agua de los glaciares hasta la de agua hirviendo, donde no se aconseja una permanencia superior a los 10 minutos para evitar posibles consecuencias negativas para la salud.

Este contacto tan íntimo y continuo crea un vínculo indisoluble entre cada viajero y los Andes, siempre dispuestos a sorprendernos y a convertir el viaje en una aventura maravillosa. Los Andes son fascinantes a cualquier hora del día y de la noche, pero es justo en el paso de uno a la otra cuando el espectáculo llega a su clímax. En la isla del Sol, una isla sagrada que surge en el centro del mayor lago andino, el Titicaca, nos levantamos de noche, vestidos con varias capas de ropa, guantes y gorros de lana y subimos al punto más alto de la isla para ver cómo nacía el sol detrás del Illampu. Una emoción única esperar en la oscuridad, con el frío que corta la cara en el silencio del alba. En esa fría mañana de julio admiramos el cotidiano milagro del mundo de las tinieblas que desaparece mientras nace un nuevo día y la naturaleza se despierta. La isla del Sol, según la mitología lugar de nacimiento del primer Inca, con sus caminos polvorientos, los tranquilos campesinos que cultivan quinoa y las mujeres al pasto con las vacas, es un lugar donde el alma encuentra paz. Las tranquilas aguas del lago brillan, los cóndores vuelan ligeros en el cielo azul y terso. El sol pega fuerte, implacable sobre los rostros de las cholitas enrojeciendo la piel, hasta el ocaso, cuando todo se calma, el cielo se oscurece, rápidamente, pero millones de estrellas aparecen para dar compañía, mientras en la oscuridad, se busca un sitio para degustar una sopa caliente.

Durante otro mágico amanecer andino hemos oído de cerca la respiración de la madre tierra: a casi 5.000 metros, en la frontera entre Bolivia y Chile, enormes géiseres desprendiendo vapor y altos decenas de metros, crean enormes charcos de un fango gris ardiente y el fuerte olor a azufre se levanta calentando la mañana.

Los generosos Andes no dejan indiferentes ni siquiera a nivel de sabores y olores. No se puede olvidar el omnipresente olor de la hoja de coca, en infusión o masticadas para contrarrestar el mal de altura y la fatiga del camino, pero también últimamente usadas para dar sabor a los caramelos. Menos conocido pero cada vez más apreciado es también la infusión de muña, una hierba aromática utilísima. La cocina andina es simple pero su cereal principal es muy gustoso: la quinoa, ahora un producto global vendido a peso de oro, se cultivaba en los Andes hace miles de años y, junto a la patata, también originaria de los Andes, es la base de la alimentación de las zonas montañosas de Ecuador, Perú y Bolivia.

No se puede no experimentar una sensación de paz y libertad recorriendo los altiplanos andinos con sus grandes cielos, las colinas estériles y los innumerables colores de un mundo antiguo que se está torpe y lentamente adaptando a la modernidad. Los Andes son las arrugas de un anciano Aymara que mastica hojas de coca, los Andes son los negros ojos sonrientes de un niño gordito que observa el mundo desde un bulto atado a la espalda de su madre, los Andes son las manos arrugadas de una vieja Quechua que vende amuletos y fetos de llama secos en una tiendecita de La Paz. Los Andes somos nosotros que hemos abierto los ojos a estas montañas maravillosas, los Andes somos nosotros que hemos respirado el polvo antiguo llevado por el viento seco que huele a coca. Los Andes somos nosotros porque los Andes se te meten dentro y ya no te abandonan nunca más.

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